Por Lic. Marisol Palacios
Luego de recorrer casi todo el mundo, Claudio Zantedeschi llegó a
Paraguay en 2006 y eligió un paradisíaco rincón de Chaco’i para su
hogar. Pero esas mismas aguas, que lo invitaron a quedarse, hoy lo
vuelven a empujar a seguir su estela por los mares.
Instalado
en Chaco'i, Claudio Zantedeschi construyó poco a poco y con sus propias
manos su bote, su único medio de transporte en medio de la crecida, y
su barco orlado con los colores patrios, con el que piensa cruzar el
Atlántico y regresar a Italia, su tierra natal. / ABC Color
Desde el vehículo, al cruzar el puente Remanso, las aguas del río
Paraguay son de un gris acerado oscuro, el color de un día nublado, a
pesar de que, afortunadamente, el sol brilla con todo su fulgor. Cuando
llegamos a Chaco’i, nuestro destino final, el agua, notablemente, se
vuelve tan trasparente y brillante que hasta podemos ver hierbas y
pequeñas flores como en un acuario.
Y allí, en medio de ese
paraíso chaqueño, hoy con las aguas borrando la playa, el italiano
Claudio Zantedeschi (62) transcurre sus días desde hace ocho años. Llegó
a Paraguay en 2006, luego de recorrer prácticamente todo el mundo. “El
dólar tenía muy buen precio y decidí quedarme. Los elementos para
construir un nuevo barco tenían bajo precio”, recuerda.
Pero…
¿cómo un italiano, nacido en Vicenza vino a parar a Chaco’i? Tenemos que
remontarnos a su febril y aventurera adolescencia. Y comienza a
contarnos su historia con un “latino moderno”, según él. Una mezcla de
italiano, dialecto veneciano y portugués. “Pero todo el mundo me
comprende”, dice, divertido.
Con solo 17 años dejó sus estudios
para realizar el servicio militar, “que entonces era obligatorio y
duraba 15 meses”. Ni bien egresó, fue a Roma, donde trabajó en
soldadura. Con un amigo, Tony Negri, viajó a India “y juntó un poco de
dinero”. De vuelta a Roma, viajó a Laos para liberar al hijo de un amigo
de la prisión. En esa época, Zantedeschi pensaba migrar a Australia,
pero encontró un trabajo en Libia como soldador. Y, entonces, comenzó su
periplo por Libia, Camerún, Somalia, Yemen del Norte y Sinaí, donde
trabajó para las Naciones Unidas durante tres años. “Con el dinero que
gané me compré un barco y pude ahorrar un poco, y es con lo que me
mantengo hasta hoy”, revela.
Y ese fue el principio de una
travesía que duraría, prácticamente, toda su vida. Comenzó a recorrer el
mundo desde 1973. “Viajé a Indochina, Afganistán, Irán, en barco, bus,
como sea. Luego llegué a África, en donde trabajé desde el 75 hasta el
87, cuando comencé a navegar. “Navegué 17 años; primero por el
Mediterráneo, y luego por el Atlántico, que crucé tres veces”.
Viajó
hasta Ghana, donde vivió aproximadamente un año. “No lo recuerdo bien.
Ahí tenía una mujer, hijos, todo”. Pero a ella no le gustaba la idea de
navegar. “Entonces me fui”, señala. Fue a Togo, en cuyo puerto encontró a
un americano, dueño de un pequeño astillero, y a un francés que lo
ayudaron a preparar el barco para zarpar. “Fue mi primera travesía en el
Atlántico”, recuerda.
Narra que recorrió Islas Canarias, Dakar y
regresó a Ghana a inicios del 93. Luego de seis meses, intentó zarpar de
nuevo, pero los vientos le jugaron en contra y dañaron el barco. “Me
quedé allí un año”, indica. Ni bien pudo, navegó a Puerto Príncipe y a
Santo Tomé. Luego de un mes, un paisano le planteó ir a Salvador, Bahía
(Brasil). “Acepté con la condición de que me pague las provisiones”. Con
el viento a su favor, fueron a Nueva Guinea. En 10 días llegaron a la
isla Ascensión y dos semanas después a Salvador. “Estuve un año, hasta
julio del 95 cuando regresé a Dakar con el mismo barco”.
Pero tuvo
que volar a Ghana, “porque tenía cosas que arreglar”. Luego de
regresar, fue en barco a Cabo Verde, Fernando de Noronha y Recife,
Brasil. En una isla brasileña encontró nuevamente el amor. “Y formé
pareja. Entretanto, dejé el barco y regresé a Italia, mi madre no estaba
muy bien de salud. Regresé al Brasil tres meses después”. Y comenzó a
alistar el barco para ir al Caribe; quería conocer Panamá, pero naufragó
en Fortaleza.
Sin embargo, esto no lo detuvo. Ni bien reparó la
embarcación, fue a Trinidad y Tobago por tres meses. Fue a Curaçao y
llegó a Panamá. “Mi pareja se embarazó y ese año se presentó el fenómeno
del Niño en el Pacífico, con mucha lluvia y poco viento. Trabajé allí
dos años; además, había una buena atención médica para los niños”.
Mientras,
con unos amigos llevaron otro barco, bordeando Guatemala, Jamaica,
Haití y Trinidad, “para ganar dinero”. En el 2000 logró remontar su
embarcación y fue por el Pacífico hasta la isla Las Perlas; una bahía
muy profunda de Panamá. “Allí esperé a que mejorara el tiempo para bajar
hasta Ecuador, ya en abril de 2001”.
Siguió navegando y, luego de
30 días, llegó a Fatu Hiva, en el archipiélago de Las Islas Marquesas,
luego a Nuku Hiva, donde se quedó un año, de los cuales, tres meses
trabajó como carpintero y soldador para Discovery Channel. “Pero mi hija
se enfermó; descubrieron que tenía un solo riñón y para colmo infectado
y necesitaba una operación; ya se me había muerto otra hija y me asusté
mucho, por lo que fuimos a Tahití para tratarla y se curó, gracias a
Dios”.
De ahí fue a Bora Bora por dos años. Siguió su recorrido
hasta Apia, al oeste de Samoa, Fiyi, Vanuatu y Nueva Caledonia, ya en
2004. “Pasada la temporada de ciclones, viajé con un alemán a Nueva
Zelanda y, cuando regresé, decidí vender mi barco a una pareja francesa;
ya tenía 23 años y algunas averías”. Pero su compañera, luego de ocho
años de navegación, se cansó y decidió regresar a Bahía. Zantedeschi fue
en avión a Australia por un mes a comprar un nuevo barco, con el cual
navegó hasta Indonesia, Darwin, donde solo le dieron visa por 15 días.
Entonces,
decidió venir a conocer el Cono Sur, porque sabía que muchos italianos
habían emigrado a la Argentina. Llegó a Buenos Aires, en 2005. “Me gustó
América del Sur. Recorrí Chile, Puerto Mont, Mendoza, Bariloche. El
área andina me encantó por el clima, por todo. Y luego fui a Bolivia;
viajé por seis meses en bus o en cualquier medio que podía. Llegué a
Santa Cruz y de ahí vine a Paraguay”.
Antes se había informado y
vio que sus aguas eran navegables, porque su idea al venir al Cono Sur
era construir un barco. “Porque sin barco yo no estoy bien”, asegura.
Llegó aquí el 25 de febrero del 2006. “Era como estar en Sicilia o en
España. La gente es como en Europa”.
Relata que conoció al hijo de
Hugo González, un excomandante de la Marina, quien se ofreció a
ayudarlo a encontrar a alguien para construir el barco. “Después de
cuatro meses, encontré un lugar donde establecerme. Alquilé una piecita y
a partir de un plano comencé a construir el barco”. Todo el mundo le
decía que le tomaría cinco años, pero la estructura le llevó solo un
año, tras lo cual fue a Bolivia a descansar dos meses. En 2007 viajó a
Italia por siete semanas. “Fue la última vez que fui. Al regresar,
comencé a trabajar nuevamente en el barco. El mástil me llevó cuatro
meses”.
Zantedeschi destaca que en Chaco’i vive muy bien, “a pesar
de los mosquitos”. Hasta tuvo una novia por cuatro años. “Pero la
relación terminó cuando me pidió ir a vivir a Formosa. ¿Qué iba a hacer
yo allí?”.
Y así, poco a poco está terminando su barco. “El año
pasado la naturaleza se portó bien; ahora, lastimosamente, está lleno de
agua. Acá hay paz, tranquilidad, una quietud maravillosa; las aves, la
naturaleza me encantan: es un paraíso. Y la gente es muy buena y
honesta. Aquí también conocí al señor Luis Guanes (en cuya propiedad
está el barco)”.
Zantedeschi calcula que si el río sigue creciendo
podrá sacar el barco, porque prácticamente está terminado. “Tengo 63
años y, además de Italia, este ha sido el lugar en que más tiempo he
vivido y me gusta el Paraguay; acá me siento bien, hasta voy al Mercado
4”, cuenta.
Pero para poder viajar debe esperar un año. Si bien,
asegura que la estructura está bien, hay cosas que necesitan tiempo.
“Más adelante quiero ir a quedarme frente al Mbiguá; hacer una vela al
barco y bajar por el río Paraná y luego a Cerrito. Me dijeron que es un
lindo lugar y después a Buenos Aires para comprar algunas cosas, y de
allí, a África”.
¿Piensa regresar a Paraguay?, preguntamos. “Si
puedo, volveré, porque este país es mágico. Yo llevo una vida espartana,
con tres o cuatro panes soy feliz”, responde y añade que con música
clásica y un libro, Chaco’i es un paraíso. “Pero no sé, porque a mi edad
solo se puede hacer planes de aquí a cuatro meses”, dice casi con
nostalgia.
Llega la hora en que debemos retornar a Asunción, pero
antes de partir, visitamos el barco. Realmente, ha hecho un buen
trabajo. Está casi listo para emprender nuevas aventuras con su capitán.
mpalacios@abc.com.py
Fotos ABC Color/Gustavo Báez/Heber Carballo.
Fuente: ABC
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