Por Santi Carneri/EFE
SAN ESTANISLAO. En las zonas rurales del país se encuentran
simultáneamente una de las mayores cosechas de alimentos del mundo y un
alto nivel de desnutrición, una realidad que una ONG quiere cambiar con
una apuesta por la mujer como motor de desarrollo.
Una mujer prepara almidón para secar al sol, en el departamento de San Pedro. / EFE
El anterior presidente paraguayo, Federico Franco, aseguraba con
orgullo que Paraguay podría alimentar al mundo entero durante ocho días
gracias a su producción agropecuaria.
Pero a Magdalena Benítez,
una campesina de rostro curtido de 39 años, se le humedecen los ojos
cuando recuerda que hace unos meses sus cultivos no le bastaban para dar
de comer a sus siete hijos.
Algunos de ellos sufrieron parásitos y
enfermedades gástricas que difícilmente afectarían a la población
urbana y que perjudicaban su desempeño escolar.
Ahora muestra con
orgullo su próspera plantación de mandioca y su huerta llena de verduras
y hortalizas, rodeada de una verja para que sus nuevos animales,
pollitos y algún cerdo, no entren.
Su vida ha cambiado tras
recibir capacitación y apoyo de la ONG Plan Internacional, según dijo,
mientras abrazaba a sus hijos, todos sanos ahora.
Marcelino
Prieto, director regional de Plan Paraguay en San Pedro, uno de los
departamentos más pobres de Paraguay, cree que las mujeres son mejores
administradoras que los hombres.
“Todo lo que ellas ganan lo
destinan al desarrollo de sus hijos, por eso Plan, con su enfoque en
mejorar la infancia, busca potenciar sus capacidades”, añadió.
La
ONG, además de enseñar a las familias a mejorar su alimentación y
ayudarles con la atención primaria de salud que el Estado no les da, ha
comenzado a empujarles a crear negocios.
A través de comités
formados y presididos por las mujeres de cada zona, Prieto y su equipo
han puesto en marcha el proyecto de “bancas comunales”, es decir,
microcréditos, que son gestionados directamente por ellas.
Este
tipo de programas ya ha mostrado su eficacia en otros países con altos
índices de pobreza. Según Prieto, la morosidad, tras dos años de
proyecto, es cero.
A sus 57 años, Valvina Pereira Gómez, está
entusiasmada con los ahorros que ha conseguido con el proyecto y sueña
con ver a sus 15 hijos estudiar la secundaria.
Los microcréditos
le han permitido mejorar su plantación, comprar animales e incluso
empezar a investigar el mercado del azafrán, con el que espera ganar lo
suficiente para pagar los arreglos dentales de sus hijos.
En
Paraguay un 32 % de la población vive en situación de pobreza, que se
concentra en áreas rurales como el asentamiento donde vive Benítez a
unos cien kilómetros al norte de San Estanislao, la capital de San
Pedro.
En esa región también está la mayor riqueza de Paraguay, que generan los enormes latifundios de cultivos para la exportación.
“Estoy
muy agradecida porque se acuerden de nosotros. Nos enseñaron a manejar
la huerta, antes no podía alimentarlos a todos”, explicó a Efe Benítez,
que destaca lo mucho que ha cambiado su vida desde que tiene acceso a
agua potable, gracias a una instalación realizada por la ONG.
Para
llegar a la comunidad de casitas de madera sin puertas ni ventanas, sin
servicio sanitario, ni luz eléctrica donde ella vive, es necesario
recorrer caminos de tierra roja entre gigantescas plantaciones de soja.
Lo
ideal es moverse en una camioneta 4x4, pero los campesinos apenas
pueden permitirse un caballo. Los más pudientes, que tienen cultivos
para la venta, no solo para el autoconsumo, consiguen acceder a una
motocicleta.
El recorrido desde sus casas, que los pesados
camiones de las grandes plantaciones van socavando, hasta la “gran
urbe”, San Estanislao, con unos 50.000 habitantes, puede convertirse en
una auténtica odisea si la lluvia se extiende demasiadas horas.
Esto
explica que los servicios estatales, aún escasos, apenas lleguen a la
población rural, según Prieto. El Gobierno ha realizado donaciones de
semillas e insumos para el cultivo, pero Plan Internacional enfatiza un
enfoque más amplio.
“Entregando semillas (a los campesinos) no se
fortalece la parte humana, no se da un proyecto, ni autoestima. No se
trata de asegurarles solo la alimentación sino las capacidades para que
se inserten en la cadena productiva”, sentenció el activista.
Fuente: ABC
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